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jueves, 29 de diciembre de 2022

El esplendor del pasado en | Se llamaba Adriano, le decían el Nene de Raúl Díaz Castañeda Por: Libertad León González


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En el poema “Los ausentes”, Eugenio Montejo escribió: “La tierra giró para acercarnos, giró sobre sí misma y en nosotros hasta juntarnos por fin en este sueño.” (Montejo, 2007). Puede reconocerse en esos versos, la presencia inevitable de un tiempo transcurrido. Sea entonces válida una segunda y absoluta sentencia de Montejo, cuando leemos la novela Se llamaba Adriano, le decían el Nene (2022) del Dr. Raúl Díaz Castañeda, “Viajan conmigo mis amigos muertos” (Ibíd.). El mundo que rodeó a Adriano, personaje principal de esta novela histórica, no es exclusivamente el de las afueras de su comarca, en cambio, persiste el reconocimiento de su ser en contínuo apego al pasado, a la ciudad égida de sus más caros afectos.

A través de un relato estacionado en el pasado, la vida de Adriano González León, querido, admirado y recordado por sus amigos, transcurre en torno a una ciudad a la que siempre volvió para sentirla cercana a sus recuerdos y recuperarla. Adriano, escritor y dilecto amigo del narrador presente de la historia que cuenta, en cada vuelta a Valera, torna a preocuparse por su maltrecha ciudad de las Siete Colinas. Parafrasea el autor las palabras de Adriano: “Esta Valera no vale, no es la de mi niñez, que guardo como una reliquia en mi memoria.” (Díaz Castañeda, 2022, p.18).

Y como escritor consagrado, Adriano, aunque demore, siempre vuelve a Valera, guiado por los gráciles pasos de Marlene, su incondicional amiga, porque lo acompaña en sus búsquedas poéticas incesantes, como en su cuento Astromelia, con ella: “De noche es serenata”. (González León, 1968, p.103). Entre tantas conversaciones que compartieron, refiere el narrador, en tanto dedicatoria inicial de esta novela, la última visita de Adriano a Valera:

Contó Marlene:

Esa última noche que Adriano estuvo en Valera, a su ruego lo llevé a la Plaza Bolívar. La caminó llorando…En eso de uno de los bancos se levantó un borracho, se le acercó y le dijo: – ¿Vos no sos el Nene? Yo estudié con vos en el Rangel. Y lo abrazó riendo. (Díaz Castañeda, Óp. Cit., p. 6).

Siempre encontró Adriano el abrigo de su ciudad, al lado de los amigos, porque tal y como lo sentencia el narrador: “Como Ulises vivía navegando hacia aquella Itaca de su niñez.” (Óp. Cit., p.122) Y entre anécdotas recordadas en la biblioteca de la casa de Raúl, narrador homodiegético,[1] al mismo tiempo protagonista y testigo, se hará presente aquél pasado de la ciudad, aquellos encuentros amistosos que hicieron de Valera, la pequeña sucursal de la República del Este.

La novela del Dr. Díaz Castañeda es una celebración a la ciudad fundacional de hace dos siglos, es también, una celebración a la amistad, en cada personaje histórico y cotidiano que la preñó de anécdotas. Apología a la ciudad que vio nacer y crecer a Adriano, que lo recibió, tiempo después, convertido en un escritor consagrado y respetado. A pesar de sus contradicciones, siempre fue un poeta iluminado. Subterfugio del narrador protagonista y testigo, de exaltación a la ciudad que también albergó desde 1958 al médico recién graduado, en el ejercicio de su profesión como hombre de ciencia, doctor ejemplarmente activo, con oficio de escritor, también honrado.

Se llamaba Adriano, le decían el Nene es, en torno a la vida del personaje principal, una novela que muestra con detalles cronológicos el tránsito literario de movimientos y escritores venezolanos que acompañaron a Adriano a protagonizar los manifiestos, las tertulias, los congresos, los homenajes, los premios nacionales e internacionales y las profundas confesiones de sus poemas. Mientras, en definitiva, llevara la soledad y la muerte como cotidianas inspiraciones melancólicas.

En un punto de ascenso narrativo, el escritor precisa esa percepción del mundo interior de Adriano cuando mira la ciudad de sus sueños: “Hacia donde vayamos la ciudad irá con nosotros; un viaje no debe terminar nunca. Una ciudad desde lejos es cultivable para la imaginación y la sorpresa. Entre el viaje y el retorno están la vida y la muerte.” (Óp. Cit., p.212) y en versos de Luis Alberto Crespo – recuerda el narrador – se inmortaliza esta realidad cuando declara: “Cuando abramos los ojos/ ya no estaremos aquí”.

Sin embargo, en un aparente contrasentido, la novela del Dr. Díaz Castañeda es también una invitación a sentirnos felices porque nos instiga a volver sobre los pasos de la ciudad que nos pertenece y, en homenaje a Adriano, a revisar su obra. Un escritor de gran talla, un ser humano con la sensibilidad del niño cabalgante evocador de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, admirador de Horacio y de Virgilio, de los Poetas Malditos, de los Surrealistas, de San Juan de la Cruz, pero también admirador de los protagonistas, sin títulos académicos, de la comarca. Y entonces debo citar al Dr. Díaz Castañeda:

Y como si se tratara de un rito, enseguida preguntaba por don Miróclates Montiel y su hermana Betina, que en Valera vendían sedalinas y botones, al lado de la casa parroquial, y por Panchita Duarte, la cantante de rancheras de quien les hable, y como de esa Valera en su cabeza humeaban aromas de buena cocina, también preguntaba por los famosos pastelitos de las Sayago en la avenida 6, la comida criolla de Edita Mora en el desvío al barrio Santo Domingo y el picante de ají que Manuel Ángel Peña, carnal de Hugo Dubuc, ofrecía en su sabroso Bar y Restaurant Tequendama, en la calle 12, donde por muchos años Antonio Pérez Carmona ofició como sumo sacerdote de la poesía local. (Óp. Cit., pp. 120-121).

Adriano, idolatrado por todos, queriendo a todos los seres que tuvieran el don de contagiarlo con gestos de autenticidad y al mismo tiempo, lleno de su genuina humanidad, a veces iracunda, será estimado por sus amigos. Hago un paréntesis para traer a ustedes las palabras del escritor y periodista, José Pulido:

Adriano parecía un ser mitológico. Enrojecía al toque de sus pasiones; era un hombre crepúsculo. Reaccionaba sensiblemente al más leve roce de lo injusto: era un hombre con nervios de caballo. Alcanzaba alturas perfectas con sus palabras: tenía alas enormes y descendía gentilmente. (Pulido, 2017).[2]

En la novela del Dr. Díaz Castañeda se hace énfasis al sentido que da Adriano a su existencia: tal y como he dicho, darle sentido a la vida, a través de la palabra poética, para poder nombrar los misterios de la existencia, para mitigar su soledad, para trascender luminoso antes y después de su muerte. La poesía como salvación. Por esa razón declara – y nos lo recuerda el narrador – los siguientes versos, en El libro de las escrituras: “Después vino la palabra/óyeme, espérame/ Esta música es de los dos.” (Díaz Castañeda, óp. Cit., p.261).

Música de dos, de autor y personaje, de narrador protagonista homenajeante de los versos, de los pasos recuperados del amigo, trashumante del tiempo, perenne en el corazón de los recuerdos, de las vivencias, de las determinaciones de su carácter. Y como música con ascensos y descensos que guardan la armonía de una sonata, más precisamente, quizás una forma sonata con una tonalidad principal y otra tonalidad relativa. O quizás una perfecta sinfonía dedicada al amigo que siempre le acompañará en la ciudad que hizo suya, en la que florecieron sus diálogos, sus momentos de inspiración, de escrituras comprometidas con el destino de un país, de una ciudad, de futuras generaciones, aun sin atisbo de reconocerse a sí mismos en el tránsito de la Historia.  Una perfecta sinfonía de palabras, de homenaje a la divina palabra poética. Y en un punto claro del esplendor de la narrativa del Dr. Díaz Castañeda, seamos solícitos a su llamado:

La historia es el sedimento que va dejando el río de la existencia: barro y piedras imperecederos, arena removible, árboles caídos, basura, en el que se levantan nuevas cosas que terminarán temprano o tarde desapareciendo por intrascendentes o viejas, y así hasta quien sabe. Hoy en Valera hay pocas cosas, casi nada, de lo que ese río fue dejando, y a muy pocos les importa en su prisa para sobrevivir o ir a satisfacciones inmediatas; son fuegos fatuos. Pasa en todas partes. Pasó en Troya, Babilonia, Pompeya, Machu Pichu, las ciudades mayas. Pasó en Tula, palafitos que en las mitológicas lagunas de Anáhuac se convirtieron en imperio. A veces la poesía recoge y salva esas llamaradas fantasmales: por eso es preciosa, sustancia que en el mercado nadie cambia por una fruta pasada, pero es la esencia vibrante de las cosas, el elan; no es pasatiempo de soñadores, románticos, locos, desesperados o vagos como cree pensar la gente que corre con la cabeza vacía a llenar el estómago o el bolsillo, “los hombres huecos, los hombres embutidos de serrín”, que dijo Eliot, sino exquisita sensibilidad de seres extraños que por estar dotados del don del deslumbramiento, cuando se asfixian en la común superficialidad se salvan en el instante, solo en el instante, al aspirar esa esencia. (Óp. Cit., p.122 y 123).

 Como colofón, evoco la forma narrativa del cuento La cola del ciempiés de nuestro buen amigo Toño Vale, porque resulta imprescindible escuchar de nuevo a Adriano, diciéndole a Marlene, preocupado por Valera:

Esto es peor que Guernica, Marlene, porque sobre las ruinas de las bombas puede reedificarse un pueblo en menos de una generación, pero cuando los escombros son existenciales y psicopáticos la regeneración de una sociedad requiere muchos años para rehacer sus principios fundamentales… Hay que empezar de una vez y yo ya no tengo con qué; dile a Raúl que escriba, y a Rivasáez y al negro Alfonzo, y al Diario de Los Andes y El Tiempo que reclamen y denuncien todos los días, y el Morocho, y tú; todos ustedes, porque Atila y sus caballos deben ser derrotados… (Óp. Cit., p.19).

Y más allá de la ficción del relato, y más acá de la verosimilitud de los personajes, todos los amigos han sido fieles en la ciudad que lo vio nacer a la determinante petición de Adriano, honrando el esplendor del pasado y de la amistad que los unió.

 Referencias:

[1] Dice Gérard Genette: Así pues, habrá que distinguir al menos dos variedades dentro del tipo homodiegético: una en la que el narrador es el protagonista de su relato (Gil Blas); otra en que el narrador no desempeña sino un papel secundario, que resulta casi siempre, por así decir, un papel de observador y de testigo (…) (Gérard Genette. Figuras III, 1989, p.299).

[2] José Pulido:”Adriano González León: Palabras que buscaban oídos divinos”, En: https://elestímulo.com/cultura/201701-24/Adriano-gonzalez-leon-palabras-que-buscaban-oídos-divinos

Publicado en:https://diariodelosandes.com/el-esplendor-del-pasado-en-se-llamaba-adriano-le-decian-el-nene-de-raul-diaz-castaneda/

lunes, 19 de septiembre de 2022

Valera festiva en la crónica de Pedro Bracamonte Osuna, La Valera oculta (2019) | Por: Libertad León González

 

El cronista vio y contó: ése fue su gran mérito
 y ésa fue su originalidad.
Saber ver y adecuar la lengua a la narración es
 –en última instancia- la maestría del hombre que describe,
 lo que le hace ser artista
Manuel Alvar

Precisemos

La crónica como relato testimonial nace con la conquista de América. Oscilante entre lo vivido y lo creado, se configura como producto de la fantasía del hombre inconforme, quien, allende los mares, traspasa la inmediatez de lo visible. El cronista como creador de historias vividas, contadas o escuchadas, se deleita de su propio asombro y de los relatos de segunda mano. Desde el sendero de sus dudas, de sus ambiciones, de sus propios miedos convertidos en sueños, busca respuestas en la tan discutida e inagotable invención de América.[1]

Han pasado los siglos y este género narrativo evoluciona hacia diferentes vertientes hasta el punto de mostrarse como forma periodística. Desde 1870, Tom Wolfe contribuye con la corriente del nuevo periodismo para integrar el periodismo y la literatura. En palabras de Matias Kraber la crónica periodística ha de considerar el arte de narrar e informar con estilo de autor. En otro sentido, Gustavo Luis Carrera elabora una línea evolutiva de la crónica latinoamericana hasta el punto de catalogarla como una especie de irreverencia literaria.

Un testimonio como el de Pedro Bracamonte Osuna en su crónica La Valera oculta (2019), estaría inscrita en considerar no solo el contenido histórico e informativo, propio de la crónica, sino que cuida incorporar referencias de valor literario. La crónica de Pedrito, como lo llamaran sus amigos entrañables, se nutre del testimonio de voces de amigos y vivencias, bien guardadas en sus recuerdos, desde muy niño.  Su relato enlaza cordajes sobre la historia de la ciudad que tanto amó por ser su terruño, por constituirse en el escenario de mayor riqueza en la que también creció su padre, quien compartía con sus amigos entrañables proyectos para la ciudad.  Un indudable Consejo de hombres y mujeres talentosos y de bien que sirvieron de savia nutricia al hombre que después se configurara como defensor de su terruño y portavoz de grandes proyectos para Valera.

La ciudad como espacio idealizado, cada vez más alejada, de las siempre añoradas polis perfectas, proyección hacia afuera de nuestro mundo interior, continuidad espacial del espacio familiar, alberga diversidades humanas que no dejan de ser reseñadas en la crónica de Pedro Bracamonte Osuna. Por eso valora, con lujo de detalles, al valerano en tres dimensiones. En primer término. el valerano de a pie, de ámbitos callejeros, de barriadas y centros sociales populares de la ciudad. Luego, el valerano que a pesar de haber nacido en hogares en los que quizás la holgura económica y las comodidades quedaban a la espera, tampoco era impedimento para que, en muchachos con talentos innatos, prevaleciera el empeño en alcanzar reconocimiento, y que, paradojalmente, en muchos casos, les otorgó fama nacional e internacional. Finalmente, la crónica La Valera oculta, nos muestra la Valera de los notables, hombres y mujeres que delinean sueños para la ciudad y se configuran en portavoces de sus carencias y sus virtudes porque han colocado la ciudad en el epicentro de sus acciones.

 

La importancia de nombrar

Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, yace vacío,
Octavio Paz

Cuando nombramos lo creado, colocamos una naturaleza descriptiva a través del lenguaje. Nombrar es un acto de reflexión e imaginación, símbolo y complemento de lo creado, reflejo de la naturaleza subjetiva del lenguaje. Acto de creación, con particular determinación en el escritor, en este caso, cronista.

En la crónica La Valera oculta, el humano virtuoso de nuestra ciudad y los lugares emblemáticos están implícitos en la denominación de los capítulos como exaltación de los personajes y personalidades que ofrecieron con sus vivencias, sueños y realizaciones, un legado meritorio a la urbe que los vio nacer. Son los títulos que Pedro Bracamonte Osuna ofrece, sugerentes lexías, en tanto, síntesis de sus historias de vida.

En muchos casos, estos títulos guardan un sentido nostálgico y hasta poético. Tales como, por ejemplo, el capítulo denominado, ‘El mercado y su esencia’, del que surge, entre muchos otros, “el mundo de los granos en Valera”, propiedad de los hermanos González; el guarapo fuerte del negro Urquiola; la venta de aguacates de Antonio Fernández, el mismísimo, “Hombre del Anillo” o las baratijas en la ponchera del personaje “El Mediecito”. Sin dejar de lado, personajes como Cleto, convertido en estampilla de colección de los recuerdos de la ciudad.

Otro capítulo denominado, ‘El pan nuestro’, nos muestra a los primeros empresarios de la ciudad y, de manera especial, el surgimiento de los grandes panaderos de Valera. En el capítulo ‘Una ciudad en blanco y negro’ menciona a varias generaciones de muchachos que tuvieron en el cine, de los primeros tiempos, la oportunidad de recrearse en las imágenes gigantes de la gran pantalla en una diversidad memorable de cintas cinematográficas. Mencionar la evolución de esos espacios de entretenimiento, desaparecidos por diversas circunstancias injustificadas, es posible percibirlo como la configuración análoga de las luces y sombras que acompañan la consolidación de Valera, como ciudad anhelante por continuar siendo modelo de desarrollo, acorde a las exigencias de los últimos tiempos.

Otros tantos títulos surgen, con grato sentido humorístico y picardía, como, por ejemplo: ‘El rey de las carambolas’, dedicado a resaltar el juego de billar en los grandes representantes de la década de los sesenta y en especial, Luis Méndez, personaje que “llegó al mundo en Motatán, por aquellos días en que el ferrocarril ya no volvió nunca más”.[2] ‘Entre gritos callejeros’, dedicado a esos niños pregoneros de periódicos, protagonistas de las calles y donde destaca a su fiel amigo, Amable ‘Pepino’ González como pionero de ese grupo de muchachos que nos recuerdan a los protagonistas de las novelas picarescas. Luego, muchos años después, Amable González se convertirá en informante sustancial de La Valera oculta. Y así sucesivamente, nos divertimos con tantos otros títulos: ‘Tasca Mi Dolor’, ‘Entre somnolencias y palomas’, ‘Subiendo y bajando por el bolo’, entre una lista nutrida de denominaciones jocosas.

A la par, las continuas y acertadas referencias de escritores que han retratado con su prodigioso verbo el sentido de pertenencia e identidad por la ciudad, así como, la fibra humana que desarrolló como protagonista de Valera. Pedro nutre su crónica cuando acaricia frases de grandes escritores de nuestra urbe. En el capítulo, ‘Subiendo y bajando por el bolo’ utiliza la siguiente frase de Adriano González León: “El bolo era el camino para cazar tortolitas. Allí se detenía el mundo real y comenzaban las visiones”,[3] que mejor manera de comenzar su remembranza al lugar que fuera un punto de confluencia entre los que salían y entraban a Valera.

En el capítulo, ‘Entre choferes de plaza’ realza a los hombres que con su oficio dieron una solución al transporte urbano. Pulsaron la actividad intensa en la ciudad de aquélla época, a mediados de la década del 50. Para finalizar este capítulo, el autor hace mención de las palabras de nuestro buen amigo y mejor cronista, Alí Medina Machado, al referirse a Valera como “la casa grande donde los sueños se convirtieron en realidades y la vida era apetecible.”[4]

 

La Valera festiva

La felicidad no es ideal de la razón sino de la imaginación
Xabier Etxeberría 

En la lectura de la crónica, La Valera oculta de Pedro Bracamonte Osuna, encontramos con mucha frecuencia detalles sobre anécdotas y acontecimientos que, definitivamente, pueden sentirse como reflejo no solo de un pasado que trae grata recordación porque confirma la naturaleza alegre del valerano, sino que también, nos permite percibir la identificación del cronista que vive los hechos desde el íntimo apego de sus querencias, bien porque se las han contado, bien porque las vivió.

La naturaleza festiva de la crónica de Pedro Bracamonte es un valor agregado a la capacidad reflexiva del autor. Pedro transmite felicidad. Los recuerdos gratos otorgan al relato un estado de realización y moralidad, propias de la vida humana.

¿Cuáles capítulos muestran esa esencia festiva de la crónica de Pedro Bracamonte Osuna? Sin duda, la mayoría. Sin embargo, precisemos algunos como, por ejemplo, los dedicados a exaltar las visitas de personalidades célebres como Isabelita Martínez y Juan Domingo Perón, Alfredo Sadel, Rosa Carmiña, Héctor Cabrera, Emilio Arvelo, Leo Dan, Leo Marini, Andrés Eloy Blanco, también, aquéllos que enaltecen las tradiciones que han hecho de la ciudad un espacio de encuentros alegres, tan propia de sus moradores.

Significativos son los capítulos dedicados a ‘La hallaca bellavistera’, orgullo nacional de una comarca de gente alegre, solidaria y digna de recordar por sus líderes deportivos, políticos y culturales. ‘La huella de Tarzán’, homenaje al célebre deportista Germán Hernández, perpetuado en las historias de la Valera pujante. ‘El Anacobero y el Hueso’, capítulo que precisa la pasión por el boxeo que animaban, los hermanos, Eloy y Ricardo Salas, orgullos de la Valera de la época. Otros capítulos que realzan la Valera festiva de Pedrito, ‘El gaitero mayor’, eterno compositor de la ciudad, Mario Estelio Valera, quien queda prendado de Valera, desde su llegada en 1959 y para quien los versos de sus gaitas suenan siempre para enaltecerla.

 

Los memorables

el pasado reconocido tiende a hacerse resaltar como pasado percibido
Paul Ricoeur

Al ir cerrando las páginas de la crónica La Valera oculta de Pedro Bracamonte Osuna, descubrimos una escritura de especial afecto sobre episodios que resultan muy significativos en la vida del autor. Podemos mencionar con especial propiedad los siguientes: ‘La radio y la gaita, las pasiones de RJ’, como meritoria admiración a un profesional de la radio, RJ Daboín, con quien Pedro compartió desde ese espacio mágico que otorga la amistad, proyectos de locución en diferentes áreas del deporte y de la gaita. Quiénes lo conocieron saben del afecto entrañable donde ambos se acompañaban.

Luego, el capítulo ‘Entre Pedros y compadres’, es un auténtico homenaje a una escuela de hacedores de pensamiento y buenas obras para la ciudad. El cronista en la gracia de su corazón de niño que creció entre tantos buenos ejemplos, da testimonio de esa inquietud de quien quisiera también, ya convertido en hombre al servicio de buenas causas, lo mejor para su ciudad.

La lista es extensa e inolvidable en el recuerdo de Pedro Bracamonte Osuna, quien se formó en ese templo de la creatividad intelectual, la editorial Valera, imprenta de don Pedro Malavé Coll. Evoca los siguientes nombres memorables: Manuel Isidro Molina, Juan de Dios Andrade, Aura Salas Pisani, Adriano González León, Gonzalo González León, Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Raúl Díaz Castañeda, Marcos Miliani, por solo mencionar algunos de los intelectuales que frecuentaban “la diaria tertulia intelectual”. Dirá el cronista: “Malavé le entregó prácticamente el taller a mi padre”. Lugar en el que también surgió la amistad entre Pedro Bracamonte, padre, Pedro Malavé Coll y Pedro Emilio Carrillo. No dejen de pasear sus ojos por estas líneas significativas en la vida de Pedro y de esta urbe de Mercedes Díaz.

En definitiva, la crónica de Pedro Bracamonte Osuna responde al ideal de ciudad expresado por nuestro historiador valerano, Alexis Berrios: “la ciudad es un ideal de vida y posee su propio carácter social enlazado con el amor y la belleza, representada en los espacios públicos y privados, dando cuenta de la palabra decencia como regla básica para vivir en comunidad.”[5]

[1]  Pues bien, estos denominados Cronistas de Indias fueron los fundadores de un género que está a caballo entre la historia y el diario de novedades. Es decir, entre los grandes sucesos y los pequeños avatares de un itinerario y las peripecias del acontecer de la cotidianidad. (Gustavo Luis Carrera. Para una línea evolutiva de la crónica en Latinoamérica. Valor modélico del proceso venezolano, 2016, En: https://journals.openedition.org/america/1445

[2] Pedro Bracamonte Osuna (2019). La Valera oculta, p.31.

[3] Óp.cit., p. 62.

[4] Óp. Cit., p.56.

[5] Alexis Berrios. “Valera es el reto”, En: José Rojas. “Valera: pasado, presente y futuro”, Diario de Los Andes, 17 de febrero de 2022. En el marco del V Simposio. Por amor a Valera, pasado, presente, futuro, organizado por el Ateneo de Valera, Cento de animación juvenil, UVM, Acoinva y Voces de Valera.

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HOMENAJE A BOLÍVAR Y MIRANDA EN DISCURSOS ACADÉMICOS Y TRIBUNA PATRIA E HISTORIA DE MARIO BRICEÑO IRAGORRY | Por: Libertad León González

Hacer es la mejor forma de decir

 José Martí

 La selección de los discursos académicos con valor histórico de don Mario Briceño Iragorry que hoy traigo a esta respetable audiencia, además de considerarse una escritura reflexiva de una vigencia y trascendencia únicas es, como máxima expresión de la retórica, en tanto “complicadas formas artísticas verbales”[1] , la mejor demostración de la sostenida coherencia y complementariedad entre su oralidad y escritura, entre pensamiento, palabra y acción.

El discurso pronunciado en una tribuna muestra la verdadera esencia del orador en esos dos espacios del desempeño intelectual. La escritura, para organizar las ideas, para profundizar en la intencionalidad del escritor y lucir esa infinita capacidad productiva del lenguaje. La oralidad, en cambio, se constituye en la oportunidad de expresar las ideas in presencia, colocando el énfasis que otorga la autoría y la vehemencia del discurso como palabra hablada, face to face, acción y reacción entre autor y lector, en tiempo real. La escritura declina ante la supremacía primigenia de la oralidad. Se abre paso a la magia de la palabra pronunciada.

Y el énfasis de la oratoria en un hombre de la talla de Mario Briceño Iragorry estuvo fundamentada en dejar claro ante la audiencia el ethos de su pensamiento, de su vida. Su discurso próximo a la ética aristotélica como intención de una vida realizada, en perspectiva teleológica.[2]

Los comentarios se detienen en aquellos referidos a la inmemorial vigencia de dos paladines de valor y justicia de nuestra magnífica historia patria, Bolívar y Miranda, no obstante, primero he de considerar otros discursos. Comienzo por el referido al huerto florido de la patria local que lo abrigó en un hogar nutricio de bondades y que denominó Apología de la ciudad pacífica.[3]

 

Orígenes

Porque Trujillo a todo lo largo de su hermosa historia

 representa un angustioso afán de paz

 Mario Briceño Iragorry

Que la gesta emancipadora en América Latina, haya tenido como marca indeleble de gran ímpetu, la firma del Decreto de Guerra a muerte, en la geografía andina del pueblo natal de Mario Briceño Iragorry, significó el punto máximo de su inspiración, al pronunciar su discurso en los espacios de la casa histórica de la firma de ese decreto, convertida en el albergue de la expresión genuina de la tradición y la cultura, el Ateneo de Trujillo. La Historia se abraza a la cultura.

Historia de la patria total y la patria local evocadas por don Mario en un mismo escenario. El sueño de la morada natural, la casa primigenia de la infancia, donde “oía la mansa corriente del río familiar”[4].Luego, con profundo aliento evoca la hidalguía del héroe, labrador de un destino memorable. Bolívar, aposentado circunstancialmente en su terruño, marcó el inicio de un período atroz de violencia, aunque años más tarde se firmaran los armisticios que “vinieron a poner un tinte de clemencia a la contienda devastadora”[5]. Esas remembranzas al orador lo conmueven. La historia de la infancia y su pasión por la historia patria se encuentran.

 

La Historia, siempre la Historia

 La afectividad es uno de los aspectos fundamentales en la configuración de la escritura y la elocuencia de don Mario Briceño Iragorry. El título de su lección inaugural de la Cátedra de Historia de Venezuela en el Instituto Libre de Cultura (1952) posee la contagiosa cercanía hacia lo histórico, La Historia como elemento de creación, lo llamará.

Reconoce el valor dado a nuestros héroes del pasado (Bolívar, Páez, Urdaneta, el Negro Primero), para alcanzar la libertad de Sur América. Hace alusión a la importancia que tiene en un pueblo amar su historia. Advierte, la herencia de Bolívar no es para “echarnos a dormir”. La Historia ha de honrarse, trabajando el presente como una mina, “con sudor y brazos”. La Historia es una disciplina moral”[6]. Y así, en un sentido kantiano se exige la obligación a la norma. En consecuencia: ¿Hasta qué punto hoy damos en nuestros hogares, en nuestras instituciones educativas privilegio al valor de nuestro pasado histórico?

Cuando en otro de sus discursos, Suelo y Hombres, muestra su preocupación por el paisaje, por el trabajo de la tierra, por los mineros, pastores, agricultores, pescadores o industriales, dijo: “La Patria se mete por los ojos. Con el paisaje se recibe la primera lección de Historia. Entender nuestra Geografía y escuchar sus voces es tanto como adentrarnos en el maravilloso secreto de nuestra vida social”.[7] Lección de arraigo, de compromiso, de conciencia sobre nuestro fracción de tierra. La palabra pronunciada es compromiso indeleble del político, del ciudadano.

Ve en la frase memorable del Libertador, “Vencer la naturaleza” la oportunidad de desmentir una interpretación limitada, no con una intención blasfema, precisa todo lo contrario en esa frase: “un acto de fe suprema en las potencias del espíritu”, así como “todo un tratado de eficacia política.”[8] El venezolano debe mirar su propio paisaje sin buscar “horizontes extraños”. Sentencia entonces: “Un interior sin caminos y sin posibilidades de alojamiento, no es en realidad, para invitar a meterse en él.”[9] Para 1953 en uno de sus textos memorables, La traición de los mejores, sentencia: “Venezuela más que de acusaciones personales, está urgida de un mea culpa colectivo.”[10]

 

Los héroes

 Nada pierde el que trabaja de buena fe en la causa de la Nación.

 Mario Briceño Iragorry

Tres discursos breves, tiene el texto Discursos Académicos y Tribuna Patria e Historia de Mario Briceño Iragorry, sobre Miranda, a decir: Sentido y presencia de Miranda, Miranda humanista y Miranda y Colombia. Tal es la firmeza de criterio sobre el pensamiento y la obra del “Hijo Primogénito de la Patria”, manifiestas en las palabras de don Mario:

La pasmosa cultura, la destreza en los campos de guerra de la América del Norte y de la Francia revolucionaria, la elocuencia convincente hacia los jueces del terror, la fina habilidad del diplomático, las amplias concepciones del estadista, las estupendas aventuras del viajero, la dolorosa tragedia del libertador, la reflexión y austeridad de su temperamento, la firmeza inquebrantable del carácter, nada valen, siquiera sean por sí solos un mundo para el biógrafo, ante el significado mágico de su función como hombre que interpreta el destino de un mundo y asume la responsabilidad de realizarlo en lucha abierta contra un poderoso imperio.[11]

 La memoria histórica de Mario Briceño Iragorry no olvida ningún rasgo de magnanimidad del Precursor. Será referencia perenne de nuestro pasado, capaz de calificarlo como “el más antiguo símbolo de la americanidad permanente.”

La máxima lección moral y política de Bolívar, expresada en su Discurso del Congreso de Angostura, considero sea la más importante reflexión de esta compilación de discursos de Mario Briceño Iragorry y que denominó Sentido y ámbito del Congreso de Angostura.

En primer lugar, porque precisa recordar que desde esa tribuna el Libertador expresó, entre otras razones, el valor permanente de las instituciones, la creación de una República que garantice el bienestar social, presentar ante otros países el Estado venezolano como un todo organizado, aunque la guerra continuara.

En el Discurso de Angostura, Bolívar recomienda la forma central de gobierno y la democracia como la mejor forma de gobierno. Presenta su proyecto de Constitución para la República de Venezuela[12], contiene la fundamentación cívica para la creación de los tres poderes del Estado y se asientan las bases jurídicas para el cercano nacimiento de la República de la Gran Colombia.

A cada funcionario público, a cada dirigente, ciudadano, trabajador, profesional o no, cuánta falta nos hace entender nuestro pasado a partir de la Historia, forjar nuestras microhistorias[13]en la búsqueda de un mejor destino.  En su Ideario político, Mario Briceño Iragorry lo sintetiza dando un valor fundamental a la tradición: “La existencia del “pueblo histórico”, que ha conformado el pensamiento y el carácter nacionales, por medio de la asimilación del patrimonio, creado y modificado a la vez por las generaciones, es de previa necesidad para que obre de manera fecunda el “país político”.[14]

El discurso de don Mario historiador, ensayista, novelista, diplomático, ha de difundirse y reencontrarse con un país que necesita recibirlo en los espacios públicos y culturales de la Venezuela de estos tiempos adversos. Dejó una obra tan extensa como variada a la espera de poder forjar la conciencia de pueblo. Escuchémosle pronunciar sus discursos, como aquél del 26 de noviembre de 1952 en el que determinó: “Hoy nos unimos, pues, para la lucha cívica, el hombre sin tamaño que tomó la palabra de la Patria y el pueblo poderoso que se sintió la Patria misma.”[15]

[1] Walter Ong. Oralidad y escritura, p.15.

[2]  Christian Wolf la define: Teleología: “La parte de la filosofía natural que explica los fines de las cosas”, p.1121, En: Nicola Abbagnano. Diccionario de Filosofía, F.C.E., Santa Fé de Bogotá, Colombia, 1997,

[3] Mario Briceño Iragorry. “Apología de la ciudad pacífica”. Discurso pronunciado en el Ateneo de Trujillo, el 24 de agosto de 1947, En: Discursos académicos y Tribuna Patria e Historia, Caracas, Edit. Élite, 1947.

[4] Óp.cit, p.206.

[5] Óp.cit., p.210.

[6] “La Historia como elemento de creación”, Lección inaugural de la Cátedra de Historia de Venezuela en el Instituto libre de Cultura Popular, Tomado de Introducción y defensa de nuestra Historia, Caracas, 1952, pp.133-145, En: Óp. Cit., p.109.

[7] “Suelo y hombres”, Lectura en el Ateneo de Valencia. Tomado de Introducción y defensa de nuestra historia, Caracas, 1952, pp.30-42, En: Óp cit., p.82.

[8] Ídem.

[9] Óp. Cit., p.83.

[10] La traición de los mejores (Esquema interpretativo de la realidad política venezolana), San José de Costa Rica 19 de enero de 1953.

[11] “Sentido y presencia de Miranda”, Discurso en la Academia de Historia para celebrar el Bicentenario del Precursor en 1950, Bogotá, Edit. Iqueima, 1950, p.18 En: Óp. cit., p.117.

[12] Allan Brewer-Carias expresa en su libro, Angostura, 1819. La reconstitución y la desaparición del estado de Venezuela. Con motivo del bicentenario del Congreso y de la Constitución de Angostura (1819-2019), Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Editorial Jurídica Venezolana. Caracas 2019: “… lo que se hizo mediante la Constitución Política de Venezuela sancionada por el Congreso reunido en Angostura el 11 de agosto de 1819;2 y por la otra, la desaparición del mismo Estado de Venezuela, por decisión del mismo Congreso de Angostura, al sancionar, unos meses después, la Ley Fundamental de la República de Colombia de 17 de diciembre de 1819,3 mediante la cual las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedaron “desde ese día reunidas en una sola bajo el título glorioso de República de Colombia” (art. 1), dividiéndose su territorio en tres grandes Departamentos: Venezuela, Quito y Cundinamarca (art 5).,

[13] Luis González en su libro, Pueblo en vilo (1995) se expresa de la microhistoria así: “La historiografía local, como la biografía parece estar más cerca de la literatura que los otros géneros históricos, quizá porque la vida concreta exige un tratamiento literario, quizá porque la clientela del historiador local es alérgica a la aridez acostumbrada por los historiadores contemporáneos. El redactor de una historia local debiera ser un hombre de letras. Yo me hubiera contentado con el empleo de las formas expresivas de la comunidad estudiada. Lo intenté, pero al releer el manuscrito he caído en cuenta de que en San José no se habla como yo escribí. En. Óp.cit., p.24.

[14] Mario Briceño Iragorry. Mensaje sin destino, p.90. En: Revista Cifra Nueva, Universidad de Los Andes, julio-diciembre 2009, N° 20.

[15] “Al servicio del pueblo.” (Discurso del 26 de noviembre de 1952), p. 63, En: Mario Briceño Iragorry. Ideario político, colección Claves de América, Caracas, Venezuela, Fundación Mario Briceño Iragorry y Fundación Ayacucho, 2008, p,63

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